En su carrera presidencial, el candidato Obama se preparó para enfrentarse a múltiples enemigos que tras un rápido análisis se descubren como el mismo: la ignorancia ajena y la utilización que de la misma hicieran sus rivales políticos. Por el camino exorcizó a múltiples fantasmas, como ese padre de conflictiva biografía cuya herencia racial africana exploró en un exitoso libro que fue su primer paso, antes incluso de convertirse en político en activo, hacia la presidencia; o ese otro ruidosamente vivo (estar muertos es la gentileza, que no la obligación, de los fantasmas) llamado Jeremiah Wright, extravagante pastor evangélico que fue mentor del joven Barack en esos momentos de dudas religiosas (sin los cuales un candidato a la presidencia estadounidense nunca estará completo) y a cuyo video pronunciando proclamas antiamericanas el candidato Obama sobrevivió pronunciando un histórico discurso sobre la tolerancia y la convivencia racial. Así que el presidente Obama llegó al cargo curtido en mil batallas y protegido por un halo de invulnerabilidad, confirmando una vez más que ser invulnerable a los enemigos suele ser una forma bastante efectiva de convertirse en peligrosamente vulnerable para uno mismo; como un cáncer que se vuelve contra el organismo o aquel Calígula de Camús que golpea su reflejo, el cuadragésimo cuarto presidente de la república americana estaba preparado para luchar contra todas las ignorancias menos contra la propia, la cual, a falta de actos que desdigan sus palabras, ha mostrado en cantidades industriales en la reacción de la administración a la que representa al fenómeno Wikileaks.
La llegada de Wikileaks ha sido a la prensa lo que la de Obama fue a la política; el poder del talentoso outsider con la preparación del insider; el viejo sueño de cambiar el sistema desde dentro (sueño deglutidor de almas por excelencia ya que el sistema tiene poderosos sistemas de defensa: el principal cambiar a todo aquel que intente cambiarlo); la utilización del propio sistema no tanto para alterar sus elementos, sino para darle la vuelta como a un calcetín para cambiar sus prioridades. Wikileaks, como el candidato Obama, ha sido relevante por lo novedoso de su propuesta—una plataforma periodística sin esclavitudes nacionales y por tanto gubernamentales y que usa la internacionalidad (pudiendo ser según les convenga multinacionales o apátridas) para protegerse jurídicamente y hacer imposible el rastreo informático de sus fuentes— y, como el candidato Obama, ha mostrado un profundo conocimiento de los medios de comunicación y de como movilizarlos, como demuestra ese periodo de embargo que aplica a sus filtraciones para fomentar la competición entre los medios tradicionales, a los que no pretende sustituir sino complementar. Como explicó su fundador Julian Assange:
Uno pensaría que cuanto más grande e importante es el documento, mayores posibilidades tiene de que sea cubierto, pero esto no es cierto de ningún modo. Es cuestión de oferta y demanda. Oferta nula significa alta demanda. Pero en el momento en el que publicamos el material, la oferta se dispara hasta el infinito, así que el valor aparente se convierte en cero.
Así que Wikileaks da prioridad a unos pocos medios de comunicación—preferentemente a aquellos que propiciaron la filtración o, en el caso de los polémicos 77000 documentos sobre el ejército estadounidense, elegidos estratégicamente (Der Spiegel, The Guardian y The New York Times)—, dándoles la exclusiva por un corto un periodo de tiempo para así permitirles desarrollar la noticia. ¿El objetivo? Los periódicos no tendrán más remedio que cubrir la noticia si no quieren acabar cubriendo la indignación de sus lectores y las consecuencias periodísticas de renunciar a una noticia importante sobre la que tenían la exclusiva.
¿Cual fue la reacción de la administración Obama a esta exhibición de ingenio y valentía— conviene recordar que los cinco miembros permanentes de Wikileaks viven en el anonimato y Assange, fundador y cara de la organización, podría más bien ser calificado como fugitivo en jefe? No sólo la habitual de cargar contra el mensajero, sino también contra su derecho a ejercer la sacrosanta misión de la mensajería informativa (eufemismo a prensa libre: a veces uno se pierde haciendo frases). Resulta alarmante que la mayor esperanza política de la historia haya cuestionado el derecho de la sociedad a conocer eventos que podrían ser constitutivos de crímenes contra la humanidad, los cuales, refresquemos la tabla de multiplicar de los Tribunales de Nuremberg, ni prescriben ni pueden ser encubiertos según razonamientos de obediencia debida.
Esperamos ansiosos a que la administración Obama clarifique cual, en su parecer, debe ser el papel de la prensa. En cuanto a las presuntas amenazas que la filtración ha supuesto para la seguridad de los soldados estadounidenses, Wikileaks ha aclarado que los documentos pertenecen a operaciones ya concluidas. Un papel responsable e inmaculado que les honra, si bien innecesario; ¿desde cuándo el papel de la prensa es el de defender intereses estratégicos dejando de denunciar lo moralmente reprobable? Curioso papel de florero que, con nuestra connivencia, los gobiernos han reservado a los que según ellos no sólo tienen la misión de informar, sino también de velar por los intereses gubernamentales. Tiempos de floreros empotrados, como aquellos profesionales que durante la guerra de Iraq debían, como parte del ejército, obedecer las órdenes de jefes operativos si querían tener acceso a la información; tiempos de presidentes que llaman a directores de periódicos para decirles no ya aquello de lo que pueden o no informar (sólo faltaría: los voceros de gobiernos no nos conciernen en este artículo), sino cómo o cuando pueden informar sobre un determinado tema. Sirva como ejemplo The Washington Post, periódico que recientemente ha publicado un exhaustivo y crítico informe sobre la lucha antiterrorista estadounidense, mientras, a la vez, durante dos años ha renunciado a hacer público el video de un ataque desde un helicóptero a la población civil iraquí y que probaba como falsa la versión oficial sobre la matanza. Un vídeo que, por supuesto, Wikileaks publicó. Así que la cuestión no es de que lado ideológico está un determinado medio, sino si recibe órdenes o pautas de aquellos de cuyo lado está: ideologías e intereses económicos aparte, un periodista (o cualquiera que pretenda hacer un análisis honesto de la realidad) nunca puede estar de lado de quien le censura.
En un giro fascinante, algunos de los documentos filtrados por Wikileaks tenían que ver con la propia plataforma, entrando en detalles sobre el peligro que ésta suponía (recordemos que Wikileaks se nutre principalmente de filtraciones desde el interior de las organizaciones que denuncia) y de las diferentes formas en las que podía ser desactivada. La conclusión no es sorprendente: estando su fortaleza en el anonimato de sus fuentes basta con amenazarlo para hacer lo propio con el proyecto. No habiendo oficinas que cerrar o subvenciones que denegar, el eslabón más débil de Wikileaks es la protección de sus fuentes. Y lo es tanto que la plataforma no ha errado en esta misión, siendo su informante estrella cazado por indiscreciones propias. O eso parece, pues la intervención en todo este tema de un hacker conocido por su búsqueda de notoriedad convierte la operación en bastante sospechosa. A falta de otras versiones y tratando de evitar la poco saludable aunque a veces necesaria conspiranoia (por hoy nos conformaremos con la desconfianza crónica) esperaremos pacientemente a que el gobierno americano desclasifique, en cumplimiento de la legislación estadounidense, los documentos de esta operación:
¡Este ha sido un avance de la programación del canal Wikileaks Classic Gubernamental…, no dejen de sintonizar el Wikileaks Moderno No-Gubernamental por si esta información llegara alguna que otra década antes!
En las últimas semanas, importantes plataformas de derechos humanos han retirado (quiero pensar que sin presiones políticas) su apoyo a Wikileaks. La razón: les acusan de no eliminar nombres de informantes y colaboradores antes de publicar los documentos. Crítica legítima, si bien falta algo: apoyo al proyecto. ¿La operatividad de Wikileaks puede ser mejorada? ¡Vaya novedad! Al fin y al cabo y pese a su habilidad para hacer perder el paso al gobierno americano, estamos hablando de una organización que cuenta con cinco voluntarios permanentes y que se nutre de la colaboración desinteresada de 800 profesionales de diversos sectores. La respuesta de Assange al respecto ha sido firme: que los que critican aporten personal para corregir lo que condenan y que no tiene tiempo que perder con aquellos que no hacen nada y se limitan a cubrirse las espaldas.
O lo que es lo mismo: que un florero humano, civil o no-gubernamental no deja de ser un florero. Y es que conviene que recordemos que los errores achacados a Wikileaks parten de premisas cuestionables, tales como que los estados pueden reservarse información. Argumentan que por nuestra seguridad, ¿pero acaso someten este concepto a votación? ¿Queremos seguir manteniendo un secretismo que alimenta juegos de guerra que provocan cientos de miles de muertes cada año? ¿Es democrático que una parte mayoritaria del presupuesto mundial sustente las guerras sobre las que sólo decide una minoría? El final de la información clasificada aún no es el debate, pero gracias a Wikileaks no está tan lejos que acabe siéndolo.
El apoyo social a Wikileaks ha sido errático y no mayoritario, mientras que sus enemigos en Estados Unidos no son precisamente pequeños: desde el ejecutivo (críticas gubernamentales) al legislativo (¿necesidad de leyes que regulen/censuren intenet) pasando por el judicial (castigos bíblicos en espera para Assange y sus infieles) e incluso ese cuarto poder de la prensa que ha mostrado una peligrosa tendencia a ese oficialismo del que sus grupos de comunicación llevan años nutriéndose. Por no adentrarnos en ese mundo bizarro en el que una demanda contra Assange fue presentada y archivada en Suecia en un plazo de veinticuatro horas, alimentando todo tipo de teorías de la conspiración (aquí aporto la mía: Assange está presentando acusaciones ridículas contra sí mismo para así blindarse contra otras más difícilmente desmontables de las que el gobierno americano pudiera acusarle en el futuro); así que disfrutemos de ver a los próceres del mundo nerviosos por unos instantes y hagamos todo lo posible por pegar algún que otro martillazo en la pica puesta por Wikileaks (en el corazón o en la uña del meñique, ¿qué importa?) porque sólo así avanzan las sociedades, con amenazas y cambios que parecen muy grandes y que luego tal vez sólo sean modestos, pero que desencadenan cambios que permanecen cuando hace tiempo que el proyecto originario pasó al olvido. El anuncio de quince mil nuevos documentos y el apoyo del Partido Pirata de Suecia en el marco de la avanzada legislación sueca en materia de libertad de información, demuestra que el momento en el que los miembros de Wikileaks cedan a las presiones, sean clausurados o comprados aún no es inminente. Con independencia de que en los próximos tiempos veamos a Assange y los suyos vendiendo su sueño o abandonándolo, de momento toca estarles agradecidos por haberlo creado.
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