Cuando idealizábamos a Estados Unidos como tierra de libertad, lo hacíamos no tanto por unas leyes más avanzadas, sino por su manera idealista de aplicarlas. La libertad estaba en la letra, pero sobre todo en los matices. Similarmente, el retroceso de las libertades americanas también ha estado arraigado en el idealismo. Desde la Proposición 8 de California (ver artículo en GPL), hasta la ley de inmigración de Arizona, pasando por el escarnio sufrido por el ecologismo con la limitación de responsabilidades penales por parte de las empresas; el retroceso ha venido propiciado por aquellos que en otro tiempo se oponían a cualquier cambio y que han comprendido que el regreso a valores tradicionales sólo puede llegar abandonando su tradicional inmovilismo.
Así que el actual proceso de pérdida de libertades (otros dirán que esta pérdida tiene por objeto la recuperación de otras más importantes) no puede ser ignorado con adjetivos como rancio o retrógrado. Las cosas ya han cambiado y la motivada militancia conservadora, argumentando desde una sincera convicción, está mostrando una gran habilidad en la misión de lograr adhesiones. Del mismo modo, aquellos que buscaron nuevas realidades hace unas décadas han pasado a resentir los cambios, pues la realidad a sustituir es aquella por la que tanto lucharon.
El acceso de la población a los medios de comunicación y al debate político ha acabado con aquel orden establecido según el cual el poder económico era conservador y el intelectual tenía tendencias progresistas. Aunque muchos nuevos negocios suelen venir de un cambio de ideas y prioridades, el poder mercantil siempre busca perpetuar las condiciones en las que ha prosperado, mientras, por el contrario, la intelectualidad suele buscar cambios sociales. O al menos solía hacerlo cuando creía tener por misión lograr un mundo mejor, lo cual, muchas revoluciones y muertos más tarde, ya no parece ser el objetivo. En la actualidad el intelectual (estoy, por supuesto, generalizando) conmina al ciudadano a comprender las motivaciones del estado, como demuestra la tranquilidad con la que han sido recibidos los recientemente aprobados planes de austeridad. ¿Percepción o realidad? ¿Ha cambiado el estado dejando de ser opresor y pasando a ser de derecho o han cambiado los intelectuales? ¿Madurez o conformismo? Buen tema para futuros artículos.
Utilizando la ley de Arizona como ejemplo, se comprende la dificultad de desmontar los nuevos argumentos. ¿Acaso no es la obligación del gobierno de Arizona luchar contra la inmigración ilegal? Nunca defenderé la necesidad de fronteras—que por un lado perpetúan la inmoralidad de restringir los movimientos del trabajador que intenta ingresar en el país más próspero, mientras por el otro hace lo propio con los pequeños y medianos empresarios de éste y que tan útiles se muestran en el desarrollo de países empobrecidos—, pero lo cierto es que, nos guste o no, el chiringuito está montado así y en la pizarra, junto al precio de los chipirones y a otras muchas verdades que sólo son justas por ser legales, pone que la inmigración no aprobada por el estado es un delito. Problema solucionado: los gobiernos están para perseguir los delitos. No exactamente: como decía en el párrafo introductorio el problema está en los matices, no tanto en la ley, como en la forma soberbia y controladora de aplicarla y sin hacer el más mínimo esfuerzo por presentar, como en otros tiempos, a la americana como una sociedad integradora.
Una parte de esta sociedad ha perdido las formas, la mesura y aunque les he reconocido el mérito de ser una nueva fuerza que no debe ser despachada con adjetivos del estilo de carca, rancio o retrógrado, lo cierto es que el mundo que presentan es bastante triste; un mundo donde una persona puede ser cuestionada por su aspecto (aplicando el infame racial profiling, es decir, asumir que, en base a probabilidades estadísticas, uno es sospechoso por su aspecto); donde el estado más progresista de Estados Unidos impide a las parejas homosexuales formalizar su relación en igualdad de condiciones con el resto de la ciudadanía; donde congresistas acusan a su presidente de extorsionador por instar a British Petroleum a constituir un fondo de compensación voluntario (seguramente explicándoles los costes de imagen que tendría no hacerlo) y que no contaran con adherirse al límite de 75 millones de dólares establecido durante la administración de W. Bush.
Así que cabe preguntarse a dónde llegaremos. Vaya, esto sí que suena rancio y antiguo y es la mejor demostración de que, digan lo que digan la triunfalista derecha y la victimista izquierda, las libertades han triunfado. Así que seamos carcas, retrógrados y rancios y escuchemos a esos abuelos que con melancolía nos hablan de las libertades conseguidas; unos patriarcas que, por cierto, se preguntan si no tendrán más que ver con los que pretenden hacerlas retroceder que con aquellos que las han utilizado para crear una existencia humana a la que, en camino a un materialismo curiosamente cada vez es más etéreo y abstracto, ya sólo le falta cotizar en bolsa.
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