Lebron el Mourinhista

Empecemos diciendo que cualquier crítica a Lebron James serán matices sobre su grandeza. Lebron es el mejor jugador de la NBA desde Jordan—sólo en los casos de Kobe y sobre todo de Duncan habría debate—y sus errores dentro y fuera de la cancha, teniendo en cuenta la atención mediática a la que está expuesto desde que era un adolescente, son prácticamente inexistentes. Se podría incluir en esta categoría aquella DECISIÓN, cuando decidió llevarse sus “talentos a South Beach” y no renovar con los Cavaliers, equipo a una hora escasa en coche de su ciudad natal de Akron y dónde era reverenciado como un mesías. Pero incluso aquella infamia ha agrandado su fama contribuyendo viralmente al imaginario colectivo humanizando al gran dominador de la NBA de las últimas décadas y preparando la historia del retorno del hijo pródigo que llevaría el primer título deportivo profesional de la ciudad de Cleveland desde 1964 cuando los Browns ganaron la NFL.

Lebron es el rey y como tal se comporta. Y al estilo de las estrellas del hip hop, también es hacedor de reyes. La generación de Lebron y raperos como Jay Z o Sean Combs ha aspirado a más que dinero: al poder. Lebron se ha rodeado desde el principio de su carrera de un fiel grupo, entre los que se encuentran amigos de infancia y a los que ha proporcionado posibilidades educativas y formativas de acuerdo a los cargos que iban a ocupar, creando junto a éstos una importante agencia de representación de jugadores, Klutch, con la que por incompatibilidades no puede estar directamente conectado pero en la que es innegable su influencia. General Manager Lebron ha dirigido además las políticas de fichajes de sus equipos con contratos cortos que le permiten abandonar el equipo a poco que no se cumplan sus altas expectativas. Los reyes no gobiernan directamente; se reservan la posibilidad de sancionar si no se alcanza el nivel deseado. Y Lebron ha creado múltiples herramientas para hacerlo que emanan de su talento y competitividad en la cancha.

La estrategia utilizada en sus dos cambios de equipo es tan brillante a corto plazo como cuestionable en el largo. Además de él, una estrella cambia de equipo—Chris Bosh en Miami y Kevin Love en Cleveland—uniéndose a una que ya está en el equipo de destino—Dwayne Wade y Kyrie Irving respectivamente—; tres grandes jugadores por equipo que ejercerán una presión brutal sobre el tope salarial de modo que el resto de plazas del equipo sólo podrán completarse con dos tipos de jugadores: jóvenes con contratos manejables o veteranos que reduzcan sus salarios por la oportunidad de formar parte de la experiencia baloncestística de sus vidas. A largo plazo la primera opción sería la más interesante, pero ya sabemos que Lebron siempre apostará por la segunda; jugadores como Ray Allen, James Jones, Mike Miller, Channing Frye, Kyle Korver, Jr Reid o Richard Jefferson han empleado sus últimos minutos de calidad en una causa ganadora junto a Lebron y han sido recompensados con contratos mínimos que serían equilibrados cuando el tope salarial lo permitiera con algún año de regalo. Todo ésto combinado con algún currante en plenitud tipo Udonis Haslem en Miami o Tristan Thompson en los Cavaliers y tenemos una estrategia de indiscutible éxito: ocho finales del este consecutivas en dos equipos diferentes con tres títulos.

La estrategia de Lebron recuerda a la de Mourinho: llevar al límite a todos los miembros del equipo y exigirles al máximo predicando con el ejemplo. Una actitud cortoplacista que necesita de jugadores experimentados que acepten que no se debe defraudar al rey y que choca con la formación de jugadores que tenderán a equivocarse en su crecimiento y que de ser empujados en exceso pueden llegar a desmoralizarse y perder la confianza. Popovich y los Spurs, por ejemplo, son el caso contrario; jugadores como Parker, Ginobili o Leonard fueron introducidos lentamente al estrellato, mientras que Mourinho preferirá antes a Adebayor o Essien a poco que tengan pulsaciones y se puedan atar las botas antes de apostar por un jugador joven con un techo de rendimiento más alto, pero también un suelo más bajo.

No es extraño que ambos sean grandes ganadores inmediatos por intensidad, pero que no sean grandes desarrolladores de talento. Lebron fue capaz de convertir en campeones en una temporada a uno de los peores equipos de la NBA, aquellos Cavaliers de Kyrie Irving y Mou llevo al Real Madrid a cuatro semifinales seguidas de la Champions tras casi una década sin pasar de cuartos de final. Una terapia de choque que necesita gente experta porque Lebron no tiene tiempo que perder esperando al desarrollo de jugadores jóvenes. La plentitud del rey es demasiado valiosa. Mejor Kevin Love hoy que aquel Andrew Wiggins que cuando llegó a la NBA parecía una reencarnación de Scottie Pippen; una comparación que parece equivocada, pero es posible que la evolución de Wiggins hubiera sido muy distina de haber tenido junto a él a Lebron en vez de recalar en unos pésimos Timberwolves sin orden ofensivo ni disciplina defensiva.

Al final del camino no queda un panorama muy halagüeño para sus equipos. Sólo la gran habilidad como GM de Riley ha logrado evitar la catástrofe en Miami tras la salida de Lebron (hasta el punto de que no se descarta un retorno a South Beach del rey); una transición que podría haber sido incluso más suave de no haber sido por la prematura retirada de Chris Bosh. Pero ha sido tanta la tensión a la que ha sometido a los Cavaliers que la segunda estrella del equipo y jugón total en los momentos calientes Kyrie Irving se hartó de la presión y se fue a un equipo en el que disfrutar de un baloncesto coral en el que no todo orbitara alrededor del astro Lebron. No es fácil vivir cerca del rey; los Celtics llevan seis meses de mediocridad desarrollando talentos jóvenes sin que pase gran cosa mientras que diez malos partidos en Cleveland llevaron a cambiar a medio equipo. Tal vez un día Irving se dé cuenta de que sus mejores minutos los jugó bajo la mirada exigente de Lebron, aunque lo que ya es seguro es que esta estrategia les ha costado a los Cavaliers uno de los mejores talentos de su generación.

Lebron vive para un aquí y ahora extremo en el que la formación de jugadores equivale a tolerar sus errores a costa de desperdiciar minutos de su propia plenitud. Un equipo con Lebron siempre es candidato al título, ganar el título demanda perfección y ésta es incompatible con la forma en la que se mejora tanto en el baloncesto como en cualquier otra actividad de la vida: cometiendo errores. Ésta es la difícil ecuación que marcará la carrera de Lebron y que despeja lo mucho que ha conseguido y lo poco que le queda por conseguir. Ha conseguido tanto que los matices necesitan de nombres como el de Bill Russell y sus 11 títulos en 13 temporadas; o los de Bird, Magic y Kareem en una década de Celtics-Lakers en la que sólo el gran rival fue capaz de derrotarles, mientras que Lebron ha perdido contra Spurs, Mavericks y Golden State; o, sobre todo, el de Jordan, con sus seis títulos en seis finales sin necesitar de un séptimo partido en ninguna de ellas.

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