Un cambio

Arbitro PP 18 6jun

 

Estimado votante, recuerda como te sentiste en aquella maravillosa mañana o tarde en la que, votando lo de siempre, te pudiste consolar pensando que las cosas no estarían tan mal si no querías que cambiara nada. La lógica era la siguiente: los que estaban tenían sus defectos pero la virtud de no ser los que venían. En los momentos de crisis, cuando todo el organismo nos empuja hacia la supervivencia y el optimismo no tiene lugar, tiene su perversa lógica apostar por la continuidad: que las cosas vayan mal es a veces el mejor recordatorio de que pueden ir peor. España tenía la gran virtud de no ser Venezuela, lo cual según todos los indicadores económicos y cósmicos no se podía calificar de éxito menor. Habías decidido no sólo que no estaba en tu poder mejorar las cosas, sino que el que dijera que estaba en el suyo estaba mintiendo y que por tanto no merecía tu voto. En un mundo utopías tu tenías la tuya: el virgencitaquemequedecomoestabismo: en tu mano estaba que todo continuara igual. O eso te parecía.

Lo que tal vez no comprendías, ni tú ni todos los demás que como sociedad votamos por el mal menor, es hasta que punto la defensa de la corrupción nos iba a llevar a callejones sin salida. El mal nunca es menor porque, por definición, tiene ramificaciones imprevisibles e incontrolables–un mal previsible y contenido es más bien una molestia, no un verdadero mal. No sabíamos hasta que punto nuestros gobernantes estaban acorralados personal y judicialmente y buscarían cualquier camino de salida sin importar lo que se llevaran por delante. Se han llevado la libertad de expresión, por ejemplo, que será un pilar de las sociedades democráticas pero que el gobierno ha convertido en un vulgar tabique bajo la excusa de que era utilizada para criticar las instituciones del estado.

Este gobierno que votamos para que todo siguiera igual legisló para intimidar, no tanto a figuras públicas—que no habrán perdido mucho sueño por las denuncias contra sus chistes—, sino a los millones que tomábamos nota de como una tuitera desconocida se pasaba años en los tribunales defendiendo chistes que hace veinte años que ya eran viejos. Ir de abogados por defender una carrera como comunicador vale la pena, pero hacerlo por un par de tuits es un precio muy alto. Que fuera absuelta por el Tribunal Supremo es lo de menos, el virus de la autocensura ya estaba inoculado. El objetivo de la ley era la opinión pública más que la opinión publicada aprovechando que las redes sociales son un híbrido entre ambos conceptos. Son expresiones personales que se pueden tratar como opiniones publicadas; pensamientos en voz alta que se pueden interpretar como proselitismo de una idea. El objetivo fuimos todos.

Ahora sabemos lo acorralados que estaban, los problemas judiciales que han tenido incluso estando en el poder y que previsiblemente aumentarán al dejar de estarlo, si es que dejan de estarlo: el poder se gana y pierde como una cebolla, capa a capa. Y en ésto, curiosamente, nos hemos empezado a parecer a la tan denostada Venezuela, ese ejemplo negativo que nos movilizó de forma tan efectiva. Como Maduro, Rajoy y su partido se agarraron al poder para no disminuir su capacidad de defensa y dejarlo en manos de rivales que verían de este modo incrementada su capacidad de ataque. De ahí su pavor por algunos partidos nuevos que no tienen, dicen, sentido de estado. En esta acepción el sentido de estado es un eufemismo para describir a aquellos partidos que, habiendo estado en el gobierno, tienen sus propios casos de corrupción y razones para no ensañarse en la investigación contra un poder que, por definición, entenderán como un carril de ida y vuelta.

La corrupción no sólo ha hecho que perdamos hospitales y colegios, investigadores y ahorros…: también ha marcado la pauta en la reacción al independentismo catalán. Todo lo que no fuera hablar de corrupción le daba al gobierno un minuto de tranquilidad y control, de sentir que todo volvía a depender de ellos. Cataluña dio al PP la oportunidad de volverse a aceptar: ya no eran el partido corrupto de los últimos tiempos sino el que iba a salvar a España. Una sensación de control del gobierno que era inversamente proporcional a la de gran parte de los ciudadanos a los que gobernaban, a quienes les parecía que los sucesos de Cataluña habían adquirido una vida independiente de sus opiniones y votos.

La corrupción del PP y la de la antigua Convergencia nos trajo dos bandos que han abrazado con entusiasmo sus respectivas causas nacionalistas retroalimentándose de la forma perversa de los círculos viciosos. En la oscuridad judicial de los corruptos, sus respectivos nacionalismos han sido una ventana de luz; en una vejez decrépita sin ideales, un espejo en el que volverse a sentir jóvenes La lectura política era correcta: años de corrupción adelgazaron las perspectivas electorales del PP, pero sólo la aparición de otra opción españolista como Ciudadanos ha hecho que se desinflen completamente. Lo mismo podría decirse del PDeCAT que gana y pierde votos en clave nacionalista pero ha podido dejar atrás el pasado corrupto de Covergencia.

Así que el que todo siga igual nos estaba dejando un país bastante cambiado. Vivíamos con una libertad de expresión comprometida y a un paso de que a los exiliados/fugados, independientemente de su calidad literaria, lírica o su honestidad política, se les comenzara a llamar disidentes; con la región más próspera de España en una caída en barrena en la que los políticos de ambos lados parecían consolarse pensando que estaban cogiendo velocidad y con unas instituciones judiciales, tan utilizadas contra el independentismo, ignoradas por el gobierno cuando dictaron sentencia en el caso de la trama Gürthel. Habíamos dado la vuelta como un calcetín a la famosa frase de Lampedusa ya que, en el caso de España, todo debía continuar igual para que algo siguiera cambiando.

Y por ahí apareció Pedro Sánchez. El héroe accidental de tantas novelas. E hizo, si no lo único que se podía hacer, lo único que él podía hacer. Otros tenían más opciones. El partido que lidera las encuestas, Ciudadanos, podía apuntarse a la estrategia del continuismo que en su caso era dejar que Rajoy se cociera en su corrupta salsa. Sumido en la irrelevancia política que iba camino de agrandarse en unas próximas elecciones, Pedro Sánchez sólo tenía una opción: hacer caer al gobierno corrupto. Mientras Rivera esperaba y preparaba pacientemente las condiciones para el partido perfecto, Sánchez se había visto demasiadas veces, no ya en el banquillo, sino incluso en la grada enviado por el aparato de su partido. ¿Va a pensar en todo lo que tiene en contra? ¿En la continuidad del futuro? ¿En si el año que viene va a firmar una renovación por cuatro años? Está en el banquillo y han dicho su número. Va a jugar. Así son los cambios.

 

 

Imagen del artículo editada a partir de esta imagen original: https://www.kienyke.com/deportes/futbol/la-uefa-autoriza-el-cuarto-cambio-en-partidos-con-prorroga

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