Tortuga panza arriba, el ataque de Trump a la democracia

Tradicionalmente, los políticos han atacado las defectos de sus contrincantes; cuando se busca destacar las fortalezas propias, tiene todo el sentido dejar al descubierto las debilidades del rival.  Sin embargo, en las elecciones presidenciales estadounidenses de 2004, siguiendo los consejos de su asesor Karl Rove, W. Bush atacó la gran fortaleza de su rival John Kerry: su distinguido expediente militar.  Teniendo en cuenta que W. Bush había utilizado las conexiones de su familia para no ir a Vietnam y pasar su supuesto servicio militar en una base de aviones de Texas y que Kerry recibió numerosas condecoraciones por su servicio, no parecía una gran idea sacar precisamente este tema.  Finalmente, la idea resultó tan efectiva como perversa debido a que el objetivo era desacreditar, relativizar y presentar a Kerry como un aprovechado que instrumentalizó y embelleció su historial, sembrando así dudas sobre la brillantez del mismo y presentando visiones alternativas a la oficial.  O dicho de otra manera, para desactivar la verdad con mentiras.

La táctica fue novedosa en lo político, si bien la utilizamos constantemente en nuestras relaciones personales.  No atacamos las debilidades ajenas pues raramente nos molestan; hasta simpatizamos y compadecemos al que las sufre “es buena persona pero a veces tiene mal carácter”; “es inconstante, pero un genio en lo suyo a poco que se aplica». Lo que atacamos son las virtudes.  Como Bush a Kerry, que se creerá el vecino por tener un coche mejor que el nuestro o ese cargo tan fantástico que nuestro jefe ha logrado con su ilimitada capacidad de hacer la pelota a los de arriba. Atacamos lo que nos parece bueno por mucho que digamos que atacamos lo malo, legitimando esta incongruencia con visiones alternativas que a nuestros ojos conviertan la mentira en una verdad en la que creer. 

Decía Umberto Eco que “Casablanca no es una película, sino muchas, una antología…en la que están todos los arquetipos”; de forma similar se podría decir que Trump es una antología de villanos de película. Incluso aquellas características más propias de un bufón que nos han hecho reír por no llorar durante cuatro años, le hacen aún más fuerte a juzgar por su indestructibilidad.  Anderson Cooper de la CNN dijo en el primer día de la no aceptación golpista de Trump que era una tortuga obesa panza arriba luchando frenética al sol sin darse cuenta de que su presidencia había terminado. Desde ese día en las pesadillas ya no aparecen asesinos con cuchillos, sino tortugas obesas al sol.

Trump ha atacado las instituciones americanas, ha explorado las debilidades de la división como un villano de película de carcajada estruendosa y ha deslegitimado una a una las instituciones atacando las fortalezas de la democracia estadounidense; la separación de poderes, la descentralización, los equilibrios de poder entre las diferentes instituciones, el sistema de primarias de los partidos que posibilita la llegada de nuevas voces a la política al no depender del aparato de los partidos y, por el camino, al aparato del partido republicano que no ha querido verse desplazado en las primarias por esas nuevas voces fieles a Trump. Su perversa maestría en la división es tal que sólo puede deberse al método que se origina tras décadas de ejercer su talento innato para la manipulación; es un Miles Davis con la longevidad y cuidado de Abdul Jabbar.

El bien prevalecerá, nos decimos.  El mundo contra un narcisista, sus feligreses y una parte de los 70 millones de votantes del partido republicano; que precisamente se irá reduciendo según se vaya escenificando el esperpento negacionista de la derrota.  Queremos creer que tras miles de ciclos de noticias calificadas como Fake News, sigue existiendo una verdad superior, la que sentimos cuando el derrotado acepta su derrota y no intenta deslegitimar la victoria del rival, cuando nos inspira para mirar adelante y no hacia atrás a todas las injusticias imaginarias en las que ejercerá su victimismo.

No debemos dejar que nos embauque, ¿pero cómo evitarlo? Hemos aprendido a odiarle, pero no a ignorarle; las estrellas de televisión como él temen mucho más al olvido que al odio. Pensamos que esa verdad prevalecerá por sí sola, pero nos olvidamos de que tal vez no tenga tanto valor para otros y que una verdad desactivada y relativizada deja de serlo; primero deja de ser respetada, luego se convierte en una opinión a tener en cuenta y finalmente se convierte en un intento de Biden de justificar un robo electoral. 

Nuestro esfuerzo argumentando contra la mentira le va prestando validez al ponerla al otro lado de un intercambio de ideas.  Que algo pueda ser argumentado no lo convierte en cierto salvo para aquellos con ganas de creer, pero hay millones de seguidores de Trump que buscan precisamente eso: razones para creer en su líder.  Razones que encontrarán en un bombardeo de datos contradictorios, sacados de contexto e imágenes alteradas para aparentar fraude, así que en un par de semanas ya estarán indignados con el viejo verde Biden que ha querido robar una elección proclamándose vencedor antes de que se agoten todas las posibilidades legales.  Y así es como se vence usando una fortaleza, en este caso la de la victoria democrática garantizada por las instituciones, desactivándola y poniéndola en duda hasta que con el tiempo, dentro del fango ideológico, deje de brillar.

Hemos celebrado la victoria de Biden y a base de comportarnos como personas optimistas nos hemos querido convencer de que lo somos.   No pierdan su optimismo pero si en un día soleado ven una tortuga obesa, sobre todo si está panza arriba, les aconsejo que cambien de acera. Vayan con cuidado cuando alguien quiera explotar sus debilidades, pero, sobre todo, cuando alguien intente desactivar e instrumentalizar sus fortalezas.

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