Artículos 2008-2009: Demonia Histérica Colectiva

 

 

La historia no necesita humanizar lo que demoniza. Tal vez porque su utilidad sea tan obvia que no necesite cualidades redentoras; como sí las necesita, por ejemplo, la literatura, que tiene en la humanización de sus demonios la cualidad que justifica su a menudo torpe existencia práctica. Muchos se han preguntado para qué sirve la literatura y han vaticinado mil veces su muerte (en la lápida suele poner «el final de la novela»), mientras que nadie, de momento, se ha preguntado para qué sirve la historia. Y desde esa fortaleza conceptual la historia no tiene porqué comprender, aunque es de agradecer cuando lo hace, sino sólo contar y explicar. Una novela en los que los buenos fueran divinamente buenos y los malos satánicamente malos sería inmediatamente rebajada a la categoría de simple entretenimiento, mientras que, por el contrario, los historiadores pueden no sólo tomar partido, lo cual es inevitable al enfrentarse a un papel en blanco, sino ni siquiera tomarse demasiadas molestias a la hora de explicar las motivaciones de los antagonistas de su personaje estudiado. Ésto no es necesariamente negativo (el análisis histórico es tan minucioso que parece imposible que el estudiado no acabe pareciendo sobrehumano), pero el proceso de deshumanización de la historia y especialmente el de los hechos históricos más negativos de la misma conduce habitualmente a una manipulación e utilización que llamaría peligrosa sino fuera porque los realmente peligrosos son los seres humanos que la manipulan y utilizan. Así que completando la celebérrima frase de Santayana de que «los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla» podríamos añadir «y los que la conocen de forma dogmática a instrumentalizarla.»

     El caso del nazismo y de la segunda guerra mundial es paradigmático. En primer lugar habría que preguntarse si es necesario demonizar, con la justificación de no repetir un proceso similar, a un movimiento que asesinó a millones de personas y convirtió a decenas de millones más en seres vociferantes, gregarios e insensibles al dolor ajeno. Dicha demonización tiene como efecto secundario que a menudo se obvie que el pueblo judío ha sido expulsado de otros lugares (más que por odio racial como atajo de sociedades en crisis a sus riquezas) con procesos similares. Desde los progromos de la Rusia zarista, pasando por la Inquisición española, hay muchas vergüenzas nacionales que el nazismo está ayudando a esconder en la memoria colectiva.

     Se puede argumentar que lo terrible del exterminio nazi fue la deshumanización mediante la cual se llevó a cabo el mismo. La Inquisición, por el contrario, prestaba gran atención al individuo; minuciosa, incluso clínica, especialmente a sus órganos no vitales en un intento de lograr esa confesión que los avances legales habían hecho necesaria antes de la ejecución de un reo. En el nazismo, por el contrario, la imagen que nos viene a la mente no es una de febril religiosidad, sino la de un frío y eficiente matadero. Puede que subconscientemente perdonemos a los inquisidores por locos del mismo modo que condenamos a los nazis por su horrorosa apariencia de cordura. Pero si lo que nos espanta es la forma casi industrial en la que millones de personas murieron en pocos años, ¿qué decir de cómo murieron cientos de miles de japoneses en Hiroshima y Nagasaki en dos días? Y sin embargo, esos asesinatos no viven, parafraseando la famosa frase sobre Pearl Harbour, en la infamia, sino que se suele argumentar que salvaron millones de vidas. En este caso la deshumanización de la muerte no parece ser un problema.

     Pasemos a ejemplos específicos. ¿Cuántas veces ha sido manipulado el apaciguamiento a Hitler por parte de Chamberlain y las potencias aliadas en relación a otras contiendas? Cuando Bush (W.) fue criticado por invadir Irak de forma ilegal, muchos recordaron entonces la política del apaciguamiento y las similitudes con la segunda guerra mundial, argumentando que la ONU estaba actúando como Chamberlain al acordar la paz de Munich en 1938, en la que permitió a Hitler la anexión de los Sudetes, una región de mayoría alemana de Checoslovaquia que se había rebelado, con el apoyo del régimen nazi, contra el gobierno checoslovaco. No se podía apaciguar o negociar con Sadam Hussein, se dijo, del mismo modo que no se podía negociar con Hitler.

     Desde la perspectiva de 2006, ciertamente, el nombre de Hitler y el concepto del apaciguamiento no parecen ir muy bien en la misma frase. Fue una política errónea y rectificada rápidamente. Y fue el propio Chamberlain, por cierto, y no Churchil, como suelen decir algunos ávidos lectores de biografías guerreras, quien cambió de política y declaró la guerra a Alemania cuando ésta se anexionó Checoslovaquia y Polonia. Errónea no tanto por el hecho de que los aliados intentaran apaciguar a Hitler (si alguien necesitaba ser apaciguado ese era Hitler), como por el hecho de que lo hicieran a base de violar el derecho internacional cediendo un territorio de otro estado soberano. Como el policía que tiene bajo su custodia a un violador y le intenta apaciguar y tranquilizar con un par de palmadas y fumando un cigarrillo juntos, el problema comienza cuando incluso sin palmaditas y cigarrillos y llamándole cerdo violador le deja libre. Así que no es el apaciguamiento, sino los métodos utilizados para el mismo los que debieran pasar a la historia como un error político; siendo la relevancia del ejemplo histórico nula en relación a la disensión de gran parte de nuestras sociedades sobre si el mejor modo de acabar con un tirano es destruir a las sociedades que ya han sufrido su mal gobierno.

    Otro ejemplo constantemente utilizado, ahora para deslegitimar a la democracia, es que Hitler fue elegido en las urnas. «¿Chavez? ¿Bush? ¿Aznar? ¿Zapatero? La democracia no siempre tiene razón: Hitler también fue elegido en las urnas.» Hitler fue, efectivamente, elegido en la urnas; elegido para muchas cosas, pero para ninguna de las que hizo. Fue elegido como líder de un partido minoritario y de manera legítima y hábil utilizó ese poder para ganar la mayor influencia posible y en una sociedad fragmentada formar una alianza que bajo la pretensión de tenerle bajo control le hizo presidente del gobierno. Si ésta lógica, aunque habitual, ya es curiosa en otras sociedades (es cierto que los compromisos del poder suelen moderar a los más radicales, si bien a algunos simplemente les abre el apetito), en el caso de la republica de Weimar era especialmente peligroso ya que el canciller tenía poderes especiales para casos de extrema gravedad. Lo que sucedió a partir de aquel momento es el comienzo de la historia de guerras y exterminios de la que llevamos hablando sesenta años. Y en toda esa historia Hitler no sólo no fue refrendado por las urnas en un proceso democrático, sino que su primera acción, un mes antes de ser nombrado canciller, fue utilizar la mencionada cláusula para obtener un poder dictatorial tras el sospechoso incendio del Reichstach. Así que el ejemplo tantas veces utilizado se queda en más bien poco, debiendo más bien ser utilizado cada vez que un gobernante aprovecha el poder obtenido para explotar el sistema y obtener un poder ilegítimo (el gerrymandering de la democracia estadounidense, la delimitación de distritos para maximizar los votos, viene a la memoria) o para criticar aquellos defectos estructurales de un estado que permiten este tipo de abusos.

     La demonización de una figura histórica, ni siquiera la demonización de sus actos, no sólo no lleva a su condena, sino que habitualmente suele ser la otra cara de la impunidad: lo que unos demonizan otros defenderán glorificando. ¿Resultado? Idelizaciones por ambos bandos y pasividad y olvido en el centro. Hagamos un poco de análisis de texto, ¿es acaso la frase «el demonio con cuernos Franco mató a Pablito sin un juicio justo» un ápice más grave que la de que «el dictador Franco mató a Pablito sin un juicio justo»? La manipulación de la historia seguramente lleva a algo mucho peor que su repetición: al estancamiento y a su putrefacción. Y lleva a otro de los grandes principios de la impunidad: al establecimiento de una jerarquía de villanos a través de la cual justificar un mal menor mostrando uno mayor o, en el colmo, cuando se argumenta que un mal menor ha prevenido uno mayor. En una sociedad con garantías legales un mal menor nunca evita, sino que más bien es el camino, hacia uno mayor. Y si la sociedad no proporciona dichas garantías ya no estamos hablando de males menores, sino simplemente del superlativo, único y mayor, de que no las proporcione.

   El horroroso ejemplo del nazismo (por la influencia de las religiones monoteístas en nuestras sociedades parece que no estemos preparados para tener más de un gran Satanás a la vez), ha ayudado a eludir en muchos países el cuestionarse porqué, a la vez que explicando los contextos históricos del momento, no dejamos de contar la historia desde la glorificación de grandes genocidas (grandes militares desde la perspectiva de la época pero necesariamente genocidas desde la nuestra) como nuestro admirado Hernán Cortés. Si seguimos glorificando a los héroes guerreros, escribiendo la historia y las leyendas colectivas de nuestras sociedades en base a ellos, ¿cómo evitar que las guerras se repitan? Si la imaginación colectiva sigue siendo guerrera, ¿cómo no van a serlo los millones de imaginaciones privadas que forman esa imaginación colectiva? Hagamos esfuerzos por explicar los valores de otras épocas, los mismos que debiéramos hacer por explicar como surgieron aberraciones históricas no sólo como el nazismo, sino también como el fascismo, el falangismo o ese campo de concentración de Guantánamo con el que el mal gobernante George W. Bush ha humillado a la democracia más antigua del mundo. O cuánta gente y porqué murió en la conquista española de América o en la conquista occidental de Oriente Medio y Africa perpetuando gobiernos dictatoriales a los que poder manipular y sobornar para asegurar el control de sus recursos naturales. Los hechos son tan tristes y dramáticos que, la verdad, dice más bien poco de nuestros sistemas educativos y del tipo de capacidades análiticas que fomentan que para comprender casos como éstos tengamos que crear héroes y villanos. Especialmente teniendo en cuenta que si la demonización es una llamada a la defensa, el análisis lo es al juicio histórico y legal.

 

 

 

 

 

Foto: http://history1900s.about.com (Hitler and Archbishop Cesare Orsenigo)

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