Cuatro partidos y medio y cuatro derrotas más tarde, Miami ha descubierto que Udonis Haslem es su jugador más insustituible; duro despertar para un equipo que se había acostumbrado a los debates de blanco satén sobre la superidoneidad de su Banda Aparte—“¿como se adaptará un jugador franquicia como Bosh a ser la tercera opción”; “¿quién será el ejecutor en los momentos finales, Wade o Lebron?”; “¿el reparto de puntos entre el trío será 28-21-19, 25-24-22, o un agradable y favorecedor simétrico y capicua 20-21-20?”; “¿promediará Lebron un triple doble, siendo el primero en hacerlo desde Oscar Robertson?”; “¿debe la NBA permitir la comercialización de kits de magia negra con el logotipo de los Cavaliers?”—; preguntas muy interesantes, si bien irrelevantes desde que, tras la lesión de Haslem, los Heat han elevado el nivel de alarma; haciéndolo tanto por sus derrotas como por la estrategia que han tomado para revertirlas: ni más ni menos que la declaración de Defcon Dampier.
¿Defcon Dampier? Para los que no son seguidores asiduos de la NBA sigan sus instintos con respecto a la siniestralidad potencial que este nombre les inspira. Erick Dampier no es un mal jugador de baloncesto; es más, ha tenido una carrera respetable en la que ha acumulado medias de casi 8 puntos y 7’5 rebotes por partido, todo ello sazonado con una espectacular trayectoria financiera en la que lleva catorce temporadas encontrando equipos que contraten sus servicios a buen precio. Y las que le quedan, pues sospechamos que dentro de catorce más seguirán contratándole. El problema no es Dampier, sino lo que los equipos esperan de él y, sobre todo, lo que quieren encubrir, que no cubrir, al contratarle. Dampier es a la NBA lo que Rubalcaba al partido socialista (¿Dampier y Rubalcaba?: ¡si esta analogía ya ha sido hecha declaro la absoluta imposibilidad de ser original en la sociedad de la hiperinformación!); su aparición en primera línea es la mejor demostración de que algo no anda bien, si bien la llegada de ambos, lejos de ser un mal augurio, es extrañamente recibida con alegría y alivio por afiliados y aficionados. Más que mentir, ambos presencian sorprendidos el espectáculo de como, al estilo de Vienna a Johnny Guitar, les pedimos que nos mientan:
Vienna Lebron: Miénteme Erick, dime que todos estos años has cogido 12 rebotes por partido y no sólo la temporada en la que acababas contrato…
Dampier Guitar: Todos estos años he cogido doce rebotes por cada 48 minutos, si bien los entrenadores han tenido el buen criterio de sólo ponerme 24 minutos por partido.
V. L.; Dime que Stoudemire y Yao no te pasaron por encima en los playoffs.
D.G.: No me pasaron por encima, aunque tenían la maldita manía de pasarme a toda velocidad por todos los demás sitios.
V.L.: Dime que en la última eliminatoria contra los Spurs no hiciste una serie de 0-8 tiros de campo en cinco partidos…
D.G.: También cogí 6’6 rebotes por partido…El último 0’6 siempre es el más difícil: mi sistema es cogerlo y dejármelo robar un segundo después.
Vienna Lebron: Miénteme Erick, dime que te llamas Dennis Rodman, que llevas diez años crionizado y que estás listo para jugar…
¿Qué hacía de Udonis Haslem, uno más de esa clase media de honestos y sacrificados currantes, un jugador tan importante? ¿Acaso no hay treinta jugadores en la liga con sus cualidades? Y cincuenta, pero ninguno de ellos juega en Miami. La primera crisis del equipo de los Ferraris ha llegado, de manera paradójica pero poco sorprendente, en el momento en el que se les ha averiado el utilitario con el que hacían la compra. ¡Y es que el pequeño maletero de los Ferraris no está diseñado para acomodar las caprichosas formas de las garrafas de agua mineral! Así que el trío fantástico ha vuelto de la compra sin agua pero con mil capsulas de Nespresso, las cuales, todo hay que decirlo, encajan de forma admirable en el estelar maletero rojo.
Haslem era el único verdadero jugador secundario de los Heat: un ala pivot de gran intensidad capaz de producir para el equipo sin reclamar cuota de mantenimiento en forma de jugadas diseñadas para él; al contrario que Bosh, un superclase acostumbrado a ser el centro de la ofensiva y al contrario de unos restos de existencias de plantilla (así hay que llamar a nueve jugadores que cobran juntos 24 millones de dolares mientras que cada una de las estrellas cobra 14) que están en una cuesta abajo de sus carreras que les convierte más en segundones que en secundarios, con el problema añadido de que todos cumplen la misma función en el campo: esperar a que las defensas colapsen sobre Lebron y Wade y a que éstos les doblen el balón para disponer de lanzamientos sin defensa; un tipo de lanzamiento que un jugador profesional anotará siempre en el pabellón de la esquina contra chavales de instituto, pero no cuando juega contra otros profesionales que les obligarán a ejecutar en velocidad, resultando en que los Jones, Arroyo, House, Ilgauskas e incluso Bosh devuelven el balón demasiadas veces a Wade y Lebron, quienes tras una ración doble de botes innecesarios lanzarán uno de esos fade aways con los que en un buen día pueden meter 50 puntos cada uno (o esos 81 que Kobe Bryant le metió a Toronto hace unos años), pero que a la larga no ganan campeonatos, ya que reflejan una falta de tensión ofensiva que lleva a una carencia similar de tensión defensiva que resultará en un intercambio de canastas mientras las estrellas estén finas y a estar diez abajo en cinco minutos cuando comiencen a fallar.
Lebron ya ha reconocido que no se están divirtiendo. Y no es de extrañar. Bosh, por ejemplo, debe de recordar con nostalgia aquellos tiempos en los que con el mismo esfuerzo con el que ahora consigue 15 puntos y 8 rebotes entre críticas, conseguía 25 y 10 entre halagos, con un Calderón (y cualquiera de los bases que le acompañaran en la plantilla) diseñando cada jugada para él. ¿Puede convertirse en una buena tercera opción al estilo de Lamar Odom en los Lakers? Puede intentarlo, pero parece un desperdicio que un jugador que iba encaminado a ser el mejor cuatro de su generación acabe encasillado en el papel que el irregular Odom se vio obligado a adoptar cuando, uno tras otro, sus equipos se cansaron de planificar contando con el Odom de las mejores noches, una especie de Magic fibroso y longilíneo, y en el momento más inoportuno se encontraban con el fallón indolente de las peores, convirtiéndose finalmente en una tercera opción a la que dar o quitar protagonismo dependiendo del partido y de su contribución al mismo. Odom lo comprendió y en la actualidad es un talentoso secundario que ha aprendido el oficio y que, quince partidos al año, parece uno de los diez mejores jugadores del mundo. ¿Se conformará Bosh con seguir este modelo? Lo más lógico es que se canse pronto del experimento ya que, al contrario que Odom, había mostrado una interesante regularidad, razón por la cual media NBA estaría encantada de convertirle en su jugador franquicia; ofreciendo a cambio a tres o cuatro jugadores secundarios que acabarían convirtiendo el fichaje de Bosh, aún desprendiéndose de él, en muy rentable para los Heat.
La diferencia entre secundarios y segundones: tan sutil que a Bosh, Wade y Lebron les ha llevado siete temporadas aprender a apreciarla y tan importante que va a marcar el futuro inmediato del trío de agentes libres más cotizados de la historia de la NBA.
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