De camino a la plaza me he encontrado a una joven que volvía de allí. Tenía el pelo deliciosamente enmarañado de la juventud; lo que en una persona veinte años mayor hubiera evocado desaliño, en ella, miope prodigio que aún no llegaría a los veinticinco, comunicaba rebeldía. La eterna veneración de la juventud; la vida adulta suele parecer un curso acelerado de envejecimiento en cuerpo y alma, sobre todo en alma, envejecemos mucho más por dentro que por fuera, de modo que llega a parecernos que venerar lo que aún no ha comenzado su proceso de corrupción es como volver atrás en el tiempo y volver a creer. No es parecer jóvenes lo que nos atrae, sino volver a creer como cuando lo éramos.
Le he preguntado por la manifestación.
—¿La verdad?—me ha dicho ella con una media sonrisa burlona.
—O la mentira que mejor la describa.
Me miró como a un cómplice; no tanto porque pensara que, no habiendo llegado a los cuarenta, fuera estar de su lado, sino porque tenía tanta fe en sus ideas que le parecía imposible que alguien no fuera a estarlo. Cuarenta, ochenta, pensaría ella, que importa, la cuestión es explicar bien las cosas….
Importa y mucho. Importa tanto que alguien mayor que yo hubiera estado más cerca de ella; al final nos parecemos al principio, los viejos se parecen a los niños, y al principio del final nos parecemos al final del principio, por eso las empresas que quieren acabar con la independencia de sus trabajadores siempre irán contra los profesionales que, acercándose al final de sus carreras, están en lo más alto de su prestigio.
—Soy licenciada en filosofía y llevaba dos años trabajando con contratos temporales hasta que un día me dijeron que ya ni eso…Y ahora me dicen que añore esos tiempos, que todo era maravilloso entonces, que por lo menos entonces, pese a mis pecados, alguien me daba un trabajo…¿Mis pecados? El peor. Pensar que uno puede hacer una carrera de la cultura, que la vida y la educación no es una folclórica preparación para el momento en el que dejemos de jugar a pensar y nos dediquemos a inversiones varias.
—Decir eso sería ir contra siglos de civilización.
—Por eso no lo dicen. De momento. Por pudor, que no por convicción…Para que algo tenga valor hay que pagar por ello, ¿quién quiere pagar por teologías, filosofías o filologías? Cometí un error de cálculo y prioridades. Mala suerte. Pero no nos preocupemos, no todo está perdido, la cultura y el arte aún existen y están en los negocios. Los genios ya no exploran ideas, ahora las explotan…¿Hay algo más siniestro que ese concepto? ¡Explotar una idea! La palabra explotación solía tener connotaciones negativas, ahora ya no…Ahora no aspiramos a nada más que a explotar y ser explotados.
Hace una década me hubiera quedado embobado pensando que había encontrado con quien vivir de nuevo y resucitar una vez más a tiempos en los que malvivir buscando excusas no fuera suficiente; tiempos en los que me pareciera que la sociedad me pedía algo más que participar de sus excusas colectivas para la injusticia; tiempos en los que esperaba más porque hacía más y, mereciendo más, me parecía que era víctima de la injusticia; al contrario que ahora, cuando merezco menos y vivo atenazado pensando que participo de esas mismas injusticias; esperar más y creer que merecemos más es la forma, independientemente de que seamos codiciosos magnates o desprendidos visionarios, de creer que estamos del lado de las víctimas, mientras que esperar menos y creer que merecemos menos es sentirnos constantemente en compañía de verdugos. La fe y la culpa no es la herramienta de las religiones, sino su esencia. De eso me hablaba ahora la joven:
—La jerga económica ha contagiado nuestra forma de hablar y de vivir como en otro tiempo la contagió la religiosa. Del mismo modo que en otro tiempo el arte tenía que pasar por el filtro de la religión, ahora tiene que pasar por el del mercado. Es ridículo, nos rebajamos al permitir que el intercambio de sensibilidades e ideales esté regido por el mismo medio con el que intercambiamos naranjas y peras…Y lo increíble es que los que apostaban por el mercado como la solución a todos los males han perdido estrepitosamente, pero sus ideas estaban tan arraigadas en cada uno de nosotros que han logrado arrastrarnos en su derrota y, al caer al suelo, ellos estaban más preparados para soportar el golpe. ¿Resultado? Que mientras nosotros nos contamos los dientes ellos han vuelto a levantar el chiringuito y a ofrecernos una dosis doble de los remedios que nos han llevado a la enfermedad…
—Y volveremos a enfermar…
—¡Ni hablar! Ya me he contado los dientes. Ni siquiera sé si los tengo todos, ¿pero qué importa? Los que tengo son para morder. Superado el trauma de la caída me he acordado que tengo memoria y que, teniéndola, me acuerdo de quién ha hecho qué y de quién no lo volverá a hacer mientras pueda evitarlo…
En aquel momento quise decirle a la joven que no perdiera el tiempo, que con aquellas ideas estaba atacando al orden social que tenemos desde tiempos inmemoriales y que nos ha convertido en perfectos inmemoriados; que la política es el arte de los posibles y que las reivindicaciones no tienen mucho que hacer en una sociedad que ha sido programada para ridiculizar la protesta. Debiera haberle dicho que no se equivoque, que la exaltación de la crítica es como el virus que se inocula es pequeñas dosis para inmunizarnos; que el que nos alaben constantemente las bondades de una masa crítica es la mejor demostración de que es la peor de las amenazas. Pero soy un tarado; tarado como todo aquel que tiene en la cabeza ideas sin la menor relevancia y que ocupan el precioso espacio que debieran ocupar otras más productivas.
¿Qué pasaría si todo el mundo pensara como ella? Era mi obligación como manso adulto sugerirle que aceptara el orden establecido pues, para bien o para mal, es en el que sabemos funcionar, contarle que, unas cuantas revoluciones más tarde, tal vez no pidamos nada más que algo a lo que atenernos y que la codicia y el egoísmo cumplen esa función de constancia y previsibilidad . Pero ya les he contado que soy un tarado; así que, en vez de pedirle que aplicara el dictatorial “algo a que atenerse”, se me ocurrió decirle:
—Le preguntaron a Yossarian qué pasaría si todos pensaran como él.
—¿Y él qué contestó?
—Que, entonces, él sería un maldito loco de pensar de manera diferente…
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