La xenofobia no nace de la rabia de perder lo que se tuvo—aunque a menudo se manifieste con llamadas a recuperar grandezas del pasado—, sino del miedo a perder lo que se tiene. No prospera, al contrario de lo que se podría suponer, en tiempos de crisis y carencias, sino de cierta bonanza. Cuando los españoles, por ejemplo, perdían sus trabajos por miles y las empresas amenazaban con recortar sus sueldos con la excusa de evitar más despidos era obvio que la culpa no era de los inmigrantes; por aquel entonces la ira iba dirigida a los que tomaban las decisiones. Los tiempos de crisis no son xenófobos, sino contestatarios; el miedo tan necesario para azuzar la xenofobia no existe pues poco miedo puede quedar cuando los peores temores se han cumplido.
Una vez recuperada cierta normalidad, el miedo vuelve a ser instrumentalizado contra los más débiles. Y nadie más…
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